¿Nuestra sociedad está preparada para el duelo?

Hoy es martes y son las 18.00 horas de la tarde. A esta hora, semanalmente, María, Merche, Pedro, Lucía, Marisol, José Andrés… tienen una cita en el centro de Pamplona. Unos se acercan caminando con tranquilidad, otros llegan corriendo porque salen de sus trabajos y van con el tiempo justo. Conforme se juntan se saludan efusivamente, se miran con cariño y con afecto, se reconocen y se alegran de verse nuevamente. Durante hora y media van a compartir su vida.

A todos les une una misma experiencia, todos han perdido recientemente un ser querido y buscan un espacio seguro donde poder expresar su dolor y las emociones que les embargan. Se permiten llorar sin que sus lágrimas les sean negadas o juzgadas, comparten las dificultades del día a día, hablan de sus seres queridos muertos, al principio con mucho dolor, y poco a poco con naturalidad.

Todos ellos forman un grupo de iguales donde se sienten cómodos, saben que aquí el tiempo no les mete prisa, nadie les dice lo que está bien o mal, lo que tienen que hacer o no hacer. Aprenden juntos que las emociones que sienten ahora pueden ser intensas e incómodas, pero son funcionales; poco a poco van identificando y aceptando su tristeza, su pena, su miedo, su culpa, su rabia, su sorpresa… Saben que cuando afloran es porque necesitan ser miradas y sentidas, y aprenden a dejarlas fluir, a no evitarlas. Todos se acompañan y se dan la mano en el tobogán emocional que están experimentando y van normalizando poquito a poco lo que sienten y piensan.

Casi todos agradecen este espacio y constantemente reconocen el poder tenerse unos a otros. Es mágico observar cómo se cuidan con palabras y gestos de solidaridad y comprensión. En poco tiempo hacen un vínculo relacional especial y sincero basado en la confianza y en la seguridad. Se sienten bien acompañados.

Como habréis podido adivinar hablamos de un grupo de duelo, un espacio terapéutico especialmente creado para vivir el duelo en compañía de otras personas que están atravesando una vivencia similar.

La mayoría de los participantes valoran esta experiencia de manera muy positiva. El grupo es para ellos un espacio seguro, una cita que les da un respiro y un momento de contacto social, de relación con otras personas que hablan su mismo idioma y donde pueden ser ellos mismos, es decir, por un tiempo personas en duelo. Este espacio es un remanso a la soledad que en muchas ocasiones la sociedad les condena.

Como sabéis el duelo en un proceso natural, una respuesta casi instintiva a la muerte de un ser querido, pero nuestra sociedad, demasiadas veces, bloquea y sanciona la conexión con las emociones llamadas negativas o desagradables y, por tanto, impide respuestas naturales que permiten elaborar el duelo. Esto hace que un proceso sano y fluido se bloquee dando lugar a procesos complicados. La sociedad y el entorno social influyen en la forma de gestionar el duelo marcando el ritmo y el tiempo; es una realidad que la sociedad actual invita a pasar página rápido tratando de evitar el dolor y las emociones que suelen ir asociadas y que producen desagrado.

Como hemos visto en la experiencia grupal descrita, el dolor necesita espacio para ser transitado, necesita luz y a menudo el espacio grupal es el único sitio con el que el doliente cuenta para gestionar su dolor.

La sociedad no está preparada para gestionar la realidad de la muerte, ni para apoyar a las personas que experimentan la muerte de sus seres queridos. Nuestra sociedad vive de espaldas a la certeza de la muerte, se vive la muerte como un tabú, como un error, y cuando nos enfrentamos a ella el impacto es enorme. Por ello la pandemia ha sido una torta de realidad tremenda en nuestra sociedad hedonista.

En los últimos años de nuestra historia, la muerte se ha desnaturalizado, se ha convertido en un acontecimiento extraordinario. El ser humano ha querido alejar la muerte de su vida cotidiana con la frágil esperanza de desterrarla de su existencia. Esta ocultación y esta tendencia a evitar hablar de muerte o hablar de dolor es un intento de controlar el proceso desde la distancia emocional.

«Es mucho más frecuente que un amigo o familiar te anime a estar bien o a ser fuerte, a que te permita llorar o estar mal por un tiempo».

Necesitamos madurar como sociedad para permitir a los miembros dolientes vivir el proceso de dolor de forma sana. Necesitan que los acompañemos y sujetemos en su vulnerabilidad o en su fortaleza; necesitan la presencia, el permiso, la validación y la seguridad del grupo al que pertenecen para sentirse seguros y acompañados en la experiencia vital estresante de pérdida.

Nos necesitamos para celebrar juntos lo que la vida nos da y también para compartir el dolor de lo que la vida nos quita. Necesitamos una red social compasiva y comprensiva que pueda sujetar a sus miembros cuando sientan la vulnerabilidad natural y normal que trae consigo la pérdida.

El proceso de duelo es un proceso de adaptación a una nueva realidad y necesitamos que la sociedad nos dé el espacio y el tiempo que cada uno necesita para volver a ser de nuevo un miembro con la capacidad y funcionalidad adecuadas.

Ser conscientes de que tenemos esta tarea pendiente es un primer paso y cada granito de arena cuenta.

Pérdidas y aprendizajes en un año de pandemia

Recuerdo que, sobre todo, en mi niñez, fantaseaba con la idea de que ocurriese una “catástrofe” (siempre con final feliz, claro,) que paralizara el mundo, que me absolviera a mí y al mundo de toda responsabilidad, como ir al colegio, al instituto, a la universidad y al trabajo.

Sobre todo, solía pensarlo con fuerza los domingos y los días de lluvia y frío, vamos, bastante a menudo. Pero que va, llegaba el lunes y nada. Ni rastro de ciclogénesis explosivas con nevadas de 5 metros a su paso, ni plagas de langostas, ni invasiones alienígenas.

Quien me iba a decir a mí, que el 14 de marzo de 2020 esa fantasía se iba a hacer realidad en forma de pandemia mundial.

Reconozco que al principio subestimé la fuerza de la COVID-19. No creí que el mundo pudiese paralizarse. No creía posible todo lo que hemos vivido y estamos viviendo. No podía imaginar que el mundo, tal y como lo habíamos conocido hasta el momento, iba a cambiar para siempre.

Va a cumplirse un año desde que la COVID-19 apareció en nuestras vidas y en una entrevista, hace pocos días, me hicieron una de esas preguntas que te invitan a mirar hacia adentro: «¿Qué sientes que has perdido durante la pandemia?».

Este tipo de preguntas siempre invitan a sentarte y hacer «inventario», que es lo que pretendo en este breve escrito.

Lo primero que me nace decir es que me siento privilegiada. No sé muy bien qué palabra poner al poder decir que no he vivido la enfermedad de cerca ni muertes directas por su causa. Pero sí he estado al lado de personas que las han vivido y ha sido una de las experiencias más difíciles, dolorosas e impactantes que me ha tocado acompañar.

Mientras escribo esto me vienen imágenes de muchas de esas personas, sus historias, llamadas de teléfono y conversaciones. Recuerdos.

No es comparable, pero todos hemos perdido algo durante esta pandemia. En este sentido, me sale decir en tono de disculpa que también me siento privilegiada de poder hablar no solo de pérdidas sino de «ganancias». ¿Se puede «ganar» algo en tiempos de pandemia mundial? He necesitado de mis «terapias» y de mis tiempos para poder responder afirmativamente a esta pregunta, pero sí, podemos aprender, y eso es ganar. Ojalá las personas que leáis esto también podáis decir lo mismo.

Bueno, reformulo entonces la pregunta de aquella entrevista y que utilizaré como título de este mini inventario: «Pérdidas y aprendizajes en un año de pandemia».

Para ser justos, no sé si soy yo la que ha perdido o es la COVID la que me ha robado. Qué más da, el sentimiento de pérdida es innegable. Algunas de las pérdidas que más he sentido han sido estas:

  • El derecho vital de abrazar y ser abrazada.
  • El derecho vital de tocar y ser tocada.
  • El derecho vital de mirar y ser mirada a cara descubierta.
  • El derecho vital de ver sonreír.
  • El derecho vital a una fuente de energía universal e insustituible: la presencia de mi familia (incluyendo a mis «bichos») y mis amigos y amigas. La pérdida de la compañía.
  • El caminar y pasear sintiendo la brisa en la cara y escuchar a los pájaros al amanecer durante 62 días seguidos.
  • La pérdida de «la posibilidad de».
  • La pérdida de los paisajes de mi pueblo.
  • La posibilidad de brindar en una terraza.
  • La posibilidad de celebrar momentos especiales, como la maternidad de una de mis «hermanas», la primera de la cuadrilla.
  • El tiempo. El tiempo de ESTAR CON.
  • Sentí como pérdida las calles desiertas, bares, plazas, parques y colegios cerrados, vacíos.
  • La pérdida de no poder respirar si no es a través de una tela.
  • La pérdida de no poder viajar.

Tengo que reconocer que la COVID-19, los 62 días de confinamiento y lo que llevamos de pandemia ha supuesto entrar en crisis, en transformación, en «muda de piel». Y no ha sido fácil.

Ha sido como un viaje. Y un chequeo de autoreconocimiento.

He atravesado mi ansiedad, mi dificultad de parar, mi aburrimiento, mi impotencia, mis preocupaciones, mis miedos, mi rabia, mis responsabilidades, mi vacío, mi locura y mi salud. He cuestionado mis valores y los valores del mundo donde vivo, me he reafirmado en mis convicciones. Pero esto me da para cuatro folios más.

Cambio de significados.
Cambio de dirección.
Despedidas. Cierres. Bienvenidas.
Limpieza.
Puesta al día.

No quise volver igual y, aunque quisiera, con todo esto, es imposible.

¿Y tú?

«Un chute de vida en el sentido más vital y doloroso de la palabra»

“Ha pasado un mes aproximadamente desde la finalización de Pinceladas I.

Iba ilusionada y a la expectativa. Me habían hablado tanto de que era un fin de semana intenso, que esperaba un chute de energía que creo necesitaba… Y no me decepcionó. Fue emocionante y catártico a la vez, un chute de vida en el sentido más vital y doloroso de la palabra.

He podido volver a conectar y recolocar, no ya el dolor, sino la ausencia. Esta falta tan grande de un compañero de vida que lo es todo, en todo momento y para todo. Está recolocado, pero no solucionado. La ausencia sigue allí, dejando un hueco que no puedo llenar y que de alguna forma no me deja vivir la vida como yo quiero, plenamente, un poco loca, dejándome arrastrar por los sentidos, por la belleza, por el amor hacia todas las cosas. No se trata de sustituir, se trata de reinventar la vida sin huecos, y eso me está costando. Él siempre estará en mi corazón y mi corazón está lleno, pero siento que a mi vida le falta algo, algo que no depende de nadie sino de mi misma. Sigo teniendo miedo a no poder conseguirlo a pesar de mis intentos.

He llorado, he sentido, he compartido y he sido feliz en el taller. Compartir mi dolor, mi experiencia, mis logros, mi vida… me ha llenado y me ha satisfecho. He tenido la sensación de conectar, de que mi experiencia, dolorosa al fin, ha dado sus frutos y que estos son hermosos y los puedo compartir.

Entré en el taller esperando emociones fuertes, una sacudida del alma, un empujón para la vida. Fue intenso y encontré lo que buscaba, más de lo que buscaba: un chute de autoestima; la certeza de que voy bien, por buen camino, pero también la certeza de que me queda mucho que hacer, quizás recorrer un camino que no se acaba nunca, en el que me haga y me rehaga mil veces, con luces y sombras; y la certeza de que todo depende solo de mí misma… aunque a veces necesite un buen empujón para echar a andar como el de PINCELADAS.

Me he dado cuenta de que os necesito, que habéis sido como un “fisio” que recoloca cada parte de mi cuerpo en el lugar que le corresponde; pero la vida revuelve una y otra vez y siento que el mantenimiento es necesario para seguir en la brecha a pecho descubierto, sin tapujos.

PINCELADAS I me ha mostrado que tengo superado el duelo, pero que no he encontrado aún el camino a “mi vida”. De momento, y las circunstancias me empujan a ello, me dejo llevar sin tener sujetas las riendas, y esto me crea cierta frustración con la que combato día a día. Soy tan consciente de lo feliz que fui y de la suerte que tuve con Ángel que ahora el día a día me parece anodino. Sé que me falta buscar ese algo que me daba la alegría para encarar el día y que me hacía disfrutar desde el mismo momento de amanecer, y sé que tengo que buscarlo en mí misma.

Soy yo la que me boicoteo, muchas veces sin darme cuenta, dejándome llevar, sin pelear siquiera. Lo sé. Me falta motor a veces… o quizás solo la gasolina… o tal vez un mapa, una guía, ese algo que dé sentido a mis pasos. Esa es mi tarea pendiente y tengo que reconocer que me está costando.

Quiero sacarle chispas a la vida como la saqué ese fin de semana junto a mis compañeros y a mis comandantes. Quiero verme reflejada en vosotras.

Necesito ayuda y quiero ayudar. Quiero, deseo PINCELADAS 2 y reencontrarnos de nuevo”.

Reconstruyendo tu identidad tras la enfermedad

Me encantan esas películas que empiezan con una nave espacial explotando un territorio postapocalíptico donde, tras un gran desastre, el mundo ha quedado destruido. Edificios destrozados, polvo y humo que dificulta la visión, junto con un olor pesado a cemento y alquitrán que lo invade todo. Esas películas donde, de pronto, la nave descubre una brizna de hierba, un pequeño trébol o un brote que da un color verde intenso al desolado paisaje. Y una esperanza: la vida se abre paso.

Pues aquí estoy yo, en mi nave dando vueltas y vueltas y más vueltas. Mi cabeza no es capaz de parar obsesivamente de buscar esa brizna de hierba, esa explicación que me haga entender qué ha pasado en mi mundo y poder dormir tranquilo. Pero aún no he encontrado nada, solo asfalto, hormigón y hierros oxidados. Sé que tengo que descansar, que tengo que parar, pero no soy capaz; no tengo hambre, no puedo comer, solo necesito respuestas. El olor sigue metido en mi nariz, ese olor creado por la combinación contrapuesta de desinfectante y humanidad. Esa sensación en mi garganta que solo la lejía es capaz de crear y que no soy capaz de quitarme, y a juego con el nudo en la boca del estómago que me acompaña desde hace meses.

En momentos puedo percibir pedazos de edificios que se me hacen familiares, carteles a medio quemar que reconozco a que tienda pertenecían. Pero ya no están. ¿Quién soy? Todo lo que me definía ha quedado sepultado, quemado o desfigurado.

Hoy me han dicho «es incurable», con otras palabras, por supuesto, más educadas y asépticas, pero el hecho es que “te vas a morir”. Como un yogur, con fecha. No me preguntes que tiempo me han dicho porque no lo recuerdo. Mi cabeza se ha vaciado por completo, de repente floto en la nada.

Meses y meses de terrible desgaste, de esperanzas y decepciones, de un esfuerzo tras otro, no solo mío si no de todo mi entorno. Cada persona que forma parte de mi vida. Como un gran agujero negro la enfermedad ha absorbido la vida de la gente que más quiero. Mi impotencia se dispara cuando veo en sus ojos como desaparecen sus vidas para unirse a mí en la lucha. Han dejado todo, incluso cachitos de salud por estar a mi lado. Por apoyarme. Y ¡ahora qué? Quién les devuelve eso. Es injusto, sigo flotando, creo que camino por el hospital mientras me habla, ¡aún me habla!, aún es capaz de hablarme mientras me coge la mano.

Claro que llora, pero intenta que no sea a mi lado, lo sé. Pero a veces necesito que sea a mi lado, que no se esconda. Porque esto le está robando, para siempre, también parte de su vida.

Todo empezó hace unos meses, con pequeñas molestias. Después han venido pruebas y más pruebas, dudas, diagnósticos, jeringuillas, sonrisas escondidas en mascarillas, ese olor a lejía y desinfectante, tubos, escáneres, dolor, desazón en las salas de espera y, sobre todo, mi incapacidad de quedarme quieto a pesar de que, en ocasiones, le alteraba.

Ha dejado su trabajo y se ha perdido en algún pasillo de este hospital; se ha fundido conmigo para formar parte de mí, para luchar, como dice. Ya no es mi diagnóstico, es el nuestro; ya no es mi rehabilitación, es la nuestra; ya no es mi enfermedad, es la nuestra. Está conmigo poniendo cada gramito de energía del que dispone. ¡Y para qué?

Ahora solo hay demasiados para qué, por qué y vacío en mi cabeza. Sigo flotando.

Necesito cerrar. Necesito abandonarme y abrir la escotilla de la nave y, como los grandes héroes de esas películas, aceptar con una sonrisa y poder disfrutar del último paseo. No tengo madera de héroe, tengo miedo, mucho miedo. Pero como en un estúpido juego de intentar engañarnos, finjo una mueca que puede parecer una sonrisa y sus ojos me devuelven algo parecido. Ninguno tenemos ganas de sonreír, pero en ese tonto intento de “cuidarnos”, nos perdemos.

Sigue fingiendo que es fuerte y yo que estoy en paz. Pero nunca hemos estado más solos. Me encantaría darle un abrazo y hablarle de mi inmenso agujero negro, de cómo me siento, pero no quiero hacerle daño. Sé que lo sabe, pero necesito decírselo. Decido quedarme en el vacío y soy incapaz de articular palabra. Solo deseo que pueda reconstruir su mundo, que encuentre ese pequeño brote de esperanza y, aunque los escombros sigan debajo, la vida poco a poco vuelva a llenar de verde su planeta.

Mis reflexiones y sentir del finde de Pinceladas I

“Antes de que me venga la amnesia emocional que ahora me acompaña, me apetece enviaros mis reflexiones y sentir del finde de Pinceladas I. Así ya tenéis una loca carta.

El despegue del vuelo emocional se retrasó bastante, pero como en todo gran viaje, no importa cómo, ni cuándo, sino el destino, la compañía y el sentir del durante.

Cuándo me lo propusieron sentí varias cosas a la vez. Curiosidad, miedo, pereza y ganas al mismo tiempo. Aquel sábado estaba en modo sobrevivir “automático” después de unas putas semanas de vacío existencial de la ostia. Así que llegué un poquito congelada, por fuera y por dentro; pero contenta al ver caritas con las que me hacía muchísima ilusión “compartir” mi tiempo.

Después de las presentaciones del por qué estábamos en aquel avión, con aquellas mochilas, ya fui sintiendo un poquito más de calor y deseo de viajar.

No voy a intentar analizar cada una de las dinámicas, así paso de mi tendencia a llevarlo todo a la mente, pero sí quiero devolver las que me llegaron más a la emoción (dolor, tristeza, susto, paz, gustico, frustración…). Estas son:

🦋 Escuchar la palabra MUERTE repetida por Sara varias veces en aquella meditación inicial (acabo de sentirla en forma de golpe en el estómago mientras la escribo); sentirme en esa barquita hacia la casa del lago sola y ver al barquero otra vez en aquella nueva dimensión; las caritas de dos personas importantes en mi camino en las faldas y la cima de mi monte y volcán del duelo; LAS CARICIAS de aquel buzón (tanto leerlas como escribirlas); “compartir” velas con todos aquellos corazones presentes y no presentes y, sobre todo, sentir a las pasajeras y las tripulantes cerca, abriendo sus corazones durante todo un fin de semana.

🦋 La dinámica de recorrer el camino del duelo me frustró muchísimo en el momento. Me dio rabia no conectar con aquel camino y poder abrirme a contar mi experiencia en el proceso que todas las pasajeras estamos viviendo. Me hubiera gustado y gustaría. Pero queda para otro momento, quizás…

🦋 Me ha parecido sencillamente, BELLO. Bello el espacio, bellas las personas, bellas las dinámicas…

🦋 Había oído en Goizargi que el taller de Pinceladas era un Antes y un Después. Para mí es amor.

🦋 Desde aquel domingo a las 14:00, cuando volví mi casa del norte (como decía Govar), mi termostato emocional ha subido algo de temperatura. Me siento más viva. Y eso, ahora, es muchísimo para mí.

🦋 La ausencia de él, su muerte (a la tripa otra vez), sigo sintiéndolas como hasta ahora, pero sí que tengo otro lugar NUEVO en mi mente para verlo a través de aquellas visualizaciones y meditaciones, que de momento me acompañan.

🦋 Muchísimas gracias a Sara por saber acompañarme de esa forma tan “todo” en mi impaciencia y caótico torbellino emocional desde el principio. A Rakel por aquella vela que desde hace unos días me da fuerza y me reafirma en intentar ser “yo”. A las pasajeras y tripulantes, por desnudar sus mundos internos y por ser tan sencillamente bonitas.

🦋 GRACIAS a todas por este finde que desbordaba HUMANIDAD Y AMOR. Con mascarillas, sin abrazos, pero con miradas y caricias muy tiernas.

🦋 Creo que en los tiempos que vivimos, ahora por la pandemia y antes también, hacen falta más espacios así.  Cuando estamos en duelo aún los necesitamos y valoramos más.

 

Me he llevado un chutazo de HUMANIDAD.

HASTA EL PRÓXIMO VIAJE. ¡OJALÁ!”

IZAS.

El duelo en el cine infantil de ayer y de hoy

Los niños y niñas son “los grandes olvidados” cuando hablamos de muerte y duelo, ya que nuestro propio miedo y temblor nos impide hablarles de la muerte, de lo qué nos pasa cuando alguien a quien queremos muere y de lo que les pasa también a ellos.

En muchas ocasiones es la falta de “herramientas” lo que nos frena a la hora de poder compartir con ellos nuestro sentir respecto a la muerte, nuestro susto y nuestra necesidad. Hoy os facilitamos diferentes herramientas a través del cine infantil que pueden ayudaros a hablar con los más pequeños de la muerte y de lo que nos pasa por dentro cuando vivimos una muerte cercana. Igualmente, les van a servir a ellos para conocer qué es la muerte de una forma humana y natural, y para facilitar su comprensión sobre la misma.

En el cine, también en el infantil, la muerte y el duelo han sido protagonistas en muchas ocasiones, aunque nuestra mirada no se haya centrado en ese tema. Os presentamos películas que llevan estando presentes entre nosotros/as desde hace muchos años. Nos gustaría que pudierais disfrutarlas, por lo que nuestro objetivo es daros pequeñas pinceladas sobre los diversos temas que podemos observar y hablar, y no un resumen de las mismas.

Os recomendamos verlas y exprimirlas sin una mirada juiciosa, ya que vamos a poder encontrar grandes diferencias entre las películas de ayer y de hoy. Os invitamos a verlas como parte del proceso y del crecimiento de nuestra sociedad y la industria del cine sobre la muerte y el duelo.

 

Películas de ayer

Bambi (1950)

La historia del crecimiento de un cervatillo tras la muerte de su madre. En ella encontramos no solamente la muerte y el duelo, sino la importancia de la amistad y del apoyo de las personas que nos quieren a la hora de caminar el proceso de duelo.

Dumbo (1985)

La historia de un pequeño elefante de circo separado de su madre. Podemos observar el duelo por la separación y también el dolor por el hecho de sentirse apartado por los demás. Una historia de aprendizaje y superación por parte de Dumbo y una lección de humildad, respeto y tolerancia.

En busca del valle encantado (1988)

La historia de Piecito, nuestro protagonista, es el camino que recorre tras la muerte de su madre, un camino con subidas y bajadas (como una montaña rusa), en el cual va aprendiendo y adaptándose a su nueva vida sin su madre. ¿Os suena?

Tod y Toby (1981)

Una historia de un zorrito y un perrito que comienza con una muerte. En esta cinta podemos destacar la importancia de la amistad, los cambios y el crecimiento a lo largo del proceso; y la lealtad y deslealtad, algo que podemos encontrar en todo duelo.

El rey león (1994)

Centrada en una manada de leones, conocemos la historia de una trágica muerte, rodeada de ciertos roces familiares y de una emoción que tiene mucha potencia en este proceso, la culpa.

 

Películas de ayer y hoy

Buscando a Nemo (2003)

Una película que ya se acerca más al hoy y que comienza directamente con una muerte. En ella podemos hablar del susto/miedo que los adultos tenemos muchas veces en relación al cuidado de los más pequeños, de la protección (o sobreprotección) de los mismos y del aprendizaje que muchos padres y madres hacen cuando sus hijos comienzan a crecer y a tener su propia autonomía.

Hermano oso (2003)

La historia de dos osos que se encuentran en el camino del duelo tras la muerte de un ser querido. En ella encontramos la importancia del respeto, del apoyo y del no-juicio, además del “peligro” de los secretos sobre la muerte que muchas veces rodean a los niños y niñas. También aporta un lado espiritual a la muerte y el duelo.

Up (2009)

Igual que varias de las películas mencionadas, en Up nos encontramos con un viaje tras la muerte de un ser querido con quien nuestro protagonista ha pasado toda su vida. Un viaje en el cual aprendemos que las emociones van de la mano, y que tristeza y alegría pueden estar juntas y en el camino que llamamos duelo. Descubrimos la fortaleza de caminarlo y la esperanza de llegar a ilusionarnos de nuevo.

Como entrenar a tu dragón (trilogía) (2010)

En esta trilogía podemos encontrar la historia de amistad entre un vikingo y un dragón que comparten un mismo dolor (en este caso un dolor físico, ambos pierden una pierna y un ala a lo largo de las películas). Trata la importancia de la amistad, el dolor por la muerte y el proceso de duelo, y también las despedidas e importancia de las mismas.

 

Películas de hoy

Intensamente (2015)

Esta historia nos cuenta el duelo que vive una niña de 11 años al tener que cambiar de ciudad por el trabajo de sus padres. Con ella conoceremos las emociones y aprenderemos la función de cada una de ellas, y el hecho de que todas son “buenas”, sanas y está bien que les demos permiso y espacio.

El viaje de Arlo (2015)

Su nombre nos lo desvela. Esta película habla sobre un gran viaje, el de un pequeño niño y un dinosaurio en la búsqueda de la familia de este último dejando atrás el miedo por lo desconocido. Ambos comparten herida y dolor, algo que les une a lo largo del viaje. Además, encontramos algo muy importante en el proceso de duelo: el recuerdo de las personas que ya no están y los rituales que nos acercan un poquito a ellas.

Big hero 6 (2014)

Esta cinta comienza con la muerte del hermano de nuestro protagonista. En ella podemos hablar acerca de la importancia de cuidarnos en el proceso de duelo, de pedir ayuda cuando lo necesitemos y de recordar a aquellas personas que no están, muchas veces ayudándonos de objetos que nos unen a ellas.

Más allá de la luna (2020)

Una curiosa película que nos cuenta la historia de una adolescente que vive la muerte de su madre y, tras unos años, la lucha con su padre, ya que este ha conocido a otra mujer. Podemos hablar del miedo a olvidar y de la ilusión y del aprendizaje de poder seguir viviendo teniendo presentes a nuestros seres queridos muertos.

Soul (2020)

Una de las últimas películas que se han estrenado. En ella entramos de lleno en la muerte y en el “más allá”. Podemos hablar sobre ello, sobre el ritmo de vida que llevamos (a todo correr) y la necesidad de parar y cambiar la mirada ante la vida y la muerte. Podemos reflexionar sobre el aprendizaje que nos puede dar la muerte.

 

Estas 14 películas son algunas en las cuales podemos encontrarnos a la muerte (o la pérdida o la ruptura) y el duelo como protagonistas. Esperamos que os sirvan de ayuda para poder hablar de la muerte con nuestros pequeños, repetimos, de forma natural y humana; y también de muchos otros temas como pueden ser las emociones, la lealtad, la amistad, los secretos….

¿Qué os parecen? ¿Veis alguna diferencia entre las más antiguas y las recién estrenadas? Os invitamos a que podáis disfrutarlas, con tranquilidad y poder usarlas como una pequeña ayuda con nuestros niños y niñas

¿Cómo quiero vivir este 2021?

Cuando estás viviendo la muerte de un ser querido y te encuentras inmersa en un proceso de duelo, el tiempo, aquello que pensamos, sentimos y hacemos, puede perder sentido y dirección.

Como ser un reloj sin agujas, un reloj que no puede dar las horas ni los minutos. Por un tiempo, somos como una brújula desorientada, sin puntos cardinales. Una veleta que gira y gira y no sabe por dónde le da el aire.

Nos desajustamos y durante el proceso de duelo aprendemos a regularnos. Poco a poco, minuto a minuto, día a día, emoción a emoción, canción a canción, paso a paso, palabra a palabra, decisión a decisión.

El duelo, duele. Y el dolor nos hace entrar en modo “supervivencia”, lo que nos puede hacer sentir vulnerables, indefensos, con poco control. También nos puede hacer creer que no podemos realizar nada para aliviar nuestro dolor o salir de él. Y esto también dura un tiempo. El necesario para darnos cuenta de que es a través del dolor, de las subidas y bajadas de esa montaña rusa, donde aprendemos la capacidad de tomar las riendas de nuestros procesos, de nuestro dolor y de nuestro momento.

A menudo, nos vienen las palabras de un gran terapeuta que decía algo así como: “El único tiempo en el que se puede vivir cuando estás transitando un duelo es el presente, porque si nos vamos al pasado, nos duelen mucho los recuerdos, y si nos adelantamos a pensar en el futuro, nos duele la ansiedad y los ‘para siempre’”.

En este sentido, la pregunta de cómo quiero vivir este 2021 puede sonar, de primeras, demasiado “grande”. Pero creemos que sintetiza la actitud de lo que queremos decir en este escrito: que a pesar del dolor, podemos volver a impulsarnos y motivarnos si nos fijamos unos objetivos reales y acordes a nuestras necesidades y a nuestro momento.

Lejos de las tradicionales listas de propuestas y metodologías “estrella” para conseguir esos objetivos de nuevo año, queremos lanzaros algunas cuestiones para que podáis pensar en ellas y, desde ahí, definir y plantearos vuestro presente:

  • ¿Cómo estoy en este momento de mi vida? ¿Qué siento?
  • ¿Qué me aporta bienestar?
  • ¿Qué me genera malestar?
  • ¿Qué necesito?
  • ¿Qué me “sobra” en este momento?
  • ¿Qué me ayuda?
  • ¿Qué me hace sentir segura?
  • ¿Qué me genera miedo o inseguridad?
  • ¿Qué me motiva?
  • ¿Qué me gustaría hacer que no hago?
  • ¿Qué me lo impide?
  • ¿Cómo puedo conseguir aquello que me propongo?

Esperamos que estas preguntas os puedan aportar “brújulas” para empezar este nuevo año.

Dicen que ser feliz es una decisión. Nosotras creemos que es un conjunto de muchas decisiones y todas empiezan por preguntarnos qué necesitamos, cómo podemos cuidarnos y cómo podemos mejorar (aprender- nos) aquello que somos y hacemos.

Nos encantaría que os animaseis a compartir vuestras reflexiones y objetivos.

Buen camino y Buen caminar en este 2021.

2020 se marcha, termina, se acaba, pasa

Año 2020, mayoría de edad, 18 años de vida, caos, miedo, cambios, consciencia, fuerza, capacidad, equipo, despedidas, bienvenidas, vida, muerte…

Son tantas las palabras que podrían definir este año que estas se nos quedan cortas. 2020 empezó entre risas y bailes en una de nuestras cenas de Navidad, compartiéndonos ilusiones las unas a los otros sobre cómo fantaseábamos un año que sin duda tenía toda la pinta de que cambiaría nuestras vidas. Lo que no teníamos ni idea era del giro tan inesperado que nos tocaba afrontar.

Hablábamos de celebrar, de la mayoría de edad de nuestra asociación, hablábamos del recorrido de vida y de todos los cambios que hasta ese momento habíamos afrontado… ¡y nos parecían muchos! No sabíamos lo que estaba por llegar…

2020 nos ha cambiado la vida, todos y todas hemos vivido un gran duelo social. 2020 ha sido probablemente el año del duelo, de la muerte y del dolor. Y ahí hemos estado, siendo soporte.

Cuantos miedos compartidos, cuanta consciencia y cuanta capacidad. Esto también nos lo ha enseñado este “curioso” año. Los cimientos y las bases sirven para sostener y sin duda las tenemos.

Hemos sostenido, te hemos sostenido y nos hemos sostenido entre nosotras porque a días, a ratos, nos temblaba el suelo, el alma, el corazón…

Último día del año, momento para nosotras como equipo también de reflexión y, por qué no, de dar gracias.

Gracias a ti que nos lees.
Gracias a ti, que nos has dejado acompañarte y ser parte de tu vida este año, que nos has dejado “entrar” en tu casa a través de un ordenador, de un móvil. Gracias a ti, que has confiado en nosotras, que nos has abierto tu corazón y nos has enseñado una vez más que el dolor duele, que el dolor sana, y que cuando es compartido se lleva mejor.

Gracias a cada persona que ha ayudado a sostener esta entidad en un año tan duro. GRACIAS junta (Fernando, Eliana, José Joaquín, Amaya, Joaquín, Nati, Sara). GRACIAS voluntarios (Dani, Silbia, Leire, MariJose, Alberto, Arantza, Mari Mar y tantos otros). Y GRACIAS a cada persona que en este 2020 ha aportado su pequeño o gran granito de arena a este proyecto que cada día tiene más luz para poder acompañar en la oscuridad.

2020 se marcha, termina, se acaba, pasa.

Gracias vida por darnos el permiso de vivirlo y gracias muerte por enseñarnos tanto cada día.

Vivamos la vida despiertos. Sin despistarnos.

Sintiendo, permitiendo, recordando.

 

Equipo de Goizargi

¿Qué nos sucede y nos afecta a las personas que estamos viviendo un duelo en Navidad?

Como cada año, nos gustaría dedicar este escrito a reflexionar sobre diferentes cosas que nos suceden y nos afectan a las personas que hemos vivido o estamos viviendo un proceso de duelo en estas fechas tan “especiales” como son las Navidades.

Y lo hacemos con el afán de dar un lugar al dolor, de normalizar aquello que sentimos y de encontrar paz y serenidad entre todo ello. Porque todo lo que vivimos durante el duelo también ocurre en Navidad, con más intensidad si cabe, y creemos que merece ser compartido y tenido en cuenta. Así que, allá vamos.

Nos vienen a la cabeza y al corazón frases de personas con las que hemos compartido en Goizargi y que hemos ido recopilando a lo largo de estos días; pero también podemos recordarlas de personas de años atrás.

Da igual cuanto tiempo pase, las personas que hemos vivido un duelo hablamos el mismo idioma, y hay fechas marcadas en el calendario que hacen que se reaviven más los sentimientos, como estas. Y tenemos sentires muy similares, al menos en los inicios de este duro proceso:

“Ojalá pudiese dormirme hoy y despertarme el 7 de enero”. “No quiero celebrar nada, pero tengo que hacerlo por mi familia, asi que me pondré el ‘disfraz de persona normal’ y ahí estaré”. “Me desgarra ver a toda la familia menos a él o a ella”. “Que a gusto me quedaría en casa sola o me iría a un lugar lejos de aquí”. “La Nochevieja es el momento que más me preocupa, era el más importante para nosotros y no sé si me voy a poder contener…”. “No quiero llorar delante de la familia”. “No tengo nada que celebrar, nada tiene sentido para mí”.

Celebraciones, regalos, música, luces de colores, serpentinas, encuentros… nada que ver con la realidad que vivimos en nuestros corazones como dolientes.

Recuerdos, dolor, tristeza, nostalgia, enfado, miedo, preocupación, ansiedad, desgana, soledad. Qué duro, pero esto es lo que hay. Y no se va porque sea Navidad.

Pero… ¿hay algo que podamos hacer con todo esto? Sí y no.

No podemos traerles de vuelta. No podemos cambiar lo que ha pasado.

No podemos vivir eternamente en los “ojalás”, porque las fantasías no existen.

No podemos huir de nuestra realidad de duelo, porque nos sigue allá donde vamos.

No podemos volver atrás y tampoco acelerar el tiempo hasta el siete de enero.

No podemos quitarnos el dolor.

No podemos disimular nuestra tristeza, aunque nos empeñemos.

Sí podemos entender nuestro dolor. Y el de las personas que nos rodean.

Sí podemos vivir dos emociones contradictorias, aunque duela, y no tenemos porque elegir.

Sí podemos entender que nuestro dolor nos pertenece y, por lo tanto, no es juzgable ni “quitable”.

Sí podemos vivir aquello que sentimos y darnos permiso para expresarlo.

Sí podemos ayudar y facilitar para que esto suceda.

Sí podemos decidir no celebrar nada.

Sí podemos decidir cómo, cuándo, dónde y cuánto queremos estar.

Sí podemos reconstruirnos en soledad. Y acompañados.

Sí podemos recordar, aunque no quedarnos a vivir de los recuerdos.

Sí podemos valorar y honrar lo que tuvimos y lo que tenemos.

Sí podemos necesitar tiempo a solas. Tienes derecho.

Sí puedes brindar, porque eso no excluye que sientas dolor, que estés en duelo.

… Y un montón de cosas más. Pero a veces una o uno mismo tiene que vivir ciertas cosas para poder aprender. Para poder creer que sí, que se puede; que duele, pero que las heridas se curan.

Desde Goizargi os mandamos un abrazo enorme de todo corazón. Os tendremos presentes tanto como cada día.

Brindaremos por los que somos, por los que estamos y por los que nos cuidan desde allí arriba, siempre presentes.

Os mandamos un abrazo enorme de corazón.

Equipo de Goizargi.

«El árbol de los recuerdos», cuento para acompañar a los peques en el proceso de entender la muerte

En esta ocasión queremos compartiros uno de nuestros cuentos preferidos, “El Árbol de los recuerdos”, de Britta Teckentrup, como recurso para acompañar a los más pequeños de la casa en el proceso de entender la muerte y también de vivir la pérdida de un ser querido.

Es un cuento recomendado para niños y niñas a partir de tres años y podéis encontrarlo fácilmente en cualquier librería de vuestra zona.

El “Árbol de los recuerdos” cuenta la historia de Zorro, el “prota” de este cuento:

“Zorro había tenido una vida larga y feliz, pero ahora estaba cansado. Observó su querido bosque una última vez y se quedó dormido para siempre”.

También cuenta la historia de cómo los amigos de Zorro viven la muerte de su amigo y como al recordar diferentes momentos, su corazón se va sanando.

Este libro tiene unas ilustraciones muy bonitas y cargadas de emoción, invitan a quien lo lee a adentrarse en el bosque y olerlo, a sentir la nieve, a observar el lindo paisaje, a caminar despacito por esta historia y por aquello que nos va sucediendo mientras la vamos leyendo.

Nos encanta este cuento porque nombra la muerte y nos permite reflexionar sobre ella y las emociones asociadas al duelo como la tristeza, la nostalgia y la alegría. También nombra realidades que no son fáciles de tratar y menos en un cuento como es la despedida.

En la historia, los amigos de Zorro uno a uno se van reuniendo para recordar la vida junto a él. En un momento dado, se dan cuenta que donde ha muerto Zorro está empezando a crecer una plantita, y que cuantos más recuerdos cuentan y cuanto más sienten, más crece. Acaba siendo el árbol más grande del bosque.

El amor no se acaba con la muerte”. Este es el mensaje final del libro. ¡Y cuánto nos cura saberlo y sentirlo! porque a veces el dolor nos hace olvidarlo.

Os animamos a que podáis leerlo primero los adultos y después hacerlo con los txikis. Además, os proponemos una actividad o “receta para el corazón”, que decimos en Goizargi, para que podáis hacer con ellos y ellas tras la lectura del cuento. Ahí va:


  1. Escoged un lugar cómodo, seguro y que sepáis que no vais a ser interrumpidos o molestados por nadie para poder leer el cuento tranquilamente.
  2. Leed el cuento despacio, deteniéndoos en observar las ilustraciones, fijándoos en diferentes detalles, dando lugar a posibles preguntas o reflexiones del momento.
  3. Al finalizar el libro podéis compartir las siguientes reflexiones para trabajar la comprensión, empatía, etc.:
    Preguntas referidas a la historia: ¿Qué crees que le ha pasado a Zorro? ¿Cómo crees que se sentía? ¿Y sus amigos? ¿Cómo crees que se sentían?
    ¿Cómo os habéis sentido?
    ¿Qué es lo que más os ha gustado y lo que menos?
  4. Plantar una semilla/planta/árbol en una maceta. Explicad que será nuestra “Planta de los Recuerdos” y que nos ayudará por un tiempo a recordar e inmortalizar a nuestro ser querido. Podéis compartir recuerdos o emociones mientras lleváis a cabo el proceso de plantación. Podéis colocarla en un lugar común para todos.
  5. Importante que entre todos cuidéis la planta, busquéis momentos para recordar, hablar y sentir.

Como veis, es un ejercicio muy sencillo, pero que está cargado de simbolismo y amor.

Nuestra experiencia nos dice que ayuda, que da lugar a la comunicación y a la reflexión, al amor, y que eso siempre sana y siempre suma.

¡Si lo hacéis, contadnos que tal os ha ido!

¡Gracias!