Acompañar es ESTAR CON LO QUE HAY
Que difícil resulta casi siempre colocarse delante de alguien que se duele y sufre, que duro es encontrar las palabras adecuadas; y cuanta influencia tenemos cada uno de nosotros y nosotras en la evolución del otro.
Vivimos llenos de aprendizajes erróneos, de creencias de cómo tienen o no que ser las cosas, de mitos adquiridos que nos ayudan poco o nada en el acompañamiento que hacemos a las personas que se duelen y sufren.
Hay ciertas premisas que pueden ayudarnos a entender, en parte, el sentir de la otra persona y de este modo no juzgar su camino.
Las personas en duelo necesitan ser entendidas y escuchadas sin juicio. Necesitan una relación sana en la que nosotros (acompañantes) entendamos que ellas son capaces de transitar su dolor. Necesitan sentir que estamos, que somos parte de lo que les sucede, que podemos ayudar a sostenerles porque su dolor no nos ciega y no nos impide verles. Tarea compleja cuando, a veces, nos invade la necesidad de salvarles, de sacarles de ese lugar en el que ellas están, haciéndonos sin querer protagonistas de una historia que no nos pertenece.
Reconozcamos a las personas que transitan un duelo con capacidad de hacerlo, miremos su dolor con ternura, con compasión, entendiendo que pasará, a su ritmo y a su tiempo. Revisemos qué nos sucede al acompañar a alguien que queremos y se duele, revisemos nuestro modo de estar y de hacer. Las personas en duelo no necesitan ser salvadas, necesitan ser acompañadas y en ocasiones sostenidas.
Igual nos ayuda reflexionar sobre qué es esto de acompañar. Acompañar es ESTAR CON LO QUE HAY, no con lo que a mí (persona acompañante) me gustaría que hubiese. Y esto es importante, incluso esencial cuando hablamos de acompañar. Porque el dolor del otro refleja en muchas ocasiones asuntos propios, temas emocionales que no me permiten estar de manera adecuada en este complejo asunto de acompañar, y porque seguimos necesitando y queriendo salvar a esa persona que tenemos delante de un camino tan doloroso como único y propio.
Reflexionar sobre todo esto, tal vez nos ayude a saber dónde nos colocamos, dónde estamos y, al mismo modo, a entender esa frase inicial que decía: «Si me acompañas y no me juzgas, soy capaz». El duelo duele, es necesario, funcional, adaptativo… necesita ser y necesita un entorno que le dé espacio, lugar y permiso. De esta manera entenderemos y acompañaremos los procesos de los demás de un modo muchísimo más sano.