El voluntariado es revolución
Voluntariado… para cuánto da este tema…
Hace un tiempo, leí un escrito que me marcó acerca del voluntariado.
Aquel escrito venía a decir que la magia no existe y que, por lo tanto, no podemos esperar «milagros» que cambien el dolor del mundo o que solucionen los problemas de la sociedad en la que vivimos, sino que cada persona, desde lo que es, desde lo que tiene, era la semilla de cambio, de fuerza e impulso necesario, suficiente y poderosa capaz de transformar con sus actos la realidad.
También decía que nosotras y nosotros mismos poseemos la capacidad y el poder de imaginarnos mejores personas y que eso se traducía en un mundo mejor.
Y se me despertaron varias reflexiones que me gustaría compartir.
No sé si alguna vez habéis sentido que sois demasiados «pequeños y pequeñas» en el mundo y para el mundo. Es una sensación extraña que, en mi caso, durante unos años, me llevó, entre otras cosas, a creer que yo no podía hacer nada para ayudar a los demás ni para cambiar la realidad o, al menos, aportar mi granito de arena.
Y es que hay veces que el mundo, el sistema, nos hace sentirnos así. Pequeñitos, indefensos, centrados en sobrevivir a nuestra propia batalla, volviéndonos «ciegos» a lo que ocurre en la puerta de enfrente, negando la oportunidad de recrear otras alternativas y quitando la energía de nuestras ganas.
Esto es un arma de doble filo. Al menos para mí. Durante un tiempo me tragué esto que os cuento. Hasta que conocí a una mujer de mi pueblo que me cambió la visión 180 grados.
«No hay una única manera de prestar voluntariado. Hay muchas. Lo importante es que te apetezca, que quieras, que te comprometas contigo y con la causa, con las personas. Puedes dar luz siendo vela o siendo espejo que refleja».
Me hizo pensar en lo necesario y lo importante.
Me hizo pensar que en mi sentimiento de indefensión también había miedo.
Miedo de no ser capaz, miedo a no saber hacer las cosas, miedo a fallar. Miedos.
Y también me hizo pensar en que quizás la historia de que el sistema me había hecho creer que no podía hacer nada, era una excusa para no enfrentarme a mis miedos y no comprometerme con la causa, como decía aquella mujer.
Porque comprometerme con la causa era tomar conciencia de realidades que duelen y que no son fáciles de mirar ya acompañar.
Porque comprometerme con la causa implicaba abandonar ciertos privilegios a los que me resistía.
Por qué comprometerme con la causa significaba esfuerzos y afrontar sustos varios.
Porque comprometerse con la causa era comprometerme conmigo misma y los demás en un grado «heavy metal».
Porque comprometerme con la causa era sentirme vulnerable y afrontar miedos.
Por eso os decía que la indefensión y la autocompasión que le sigue, a veces, son un arma de doble filo. Porque nos escudan y nos estancan y nos inmovilizan.
Hay creencias que limitan. Ya veis.
Tras cuestionarme todo, llegué a una conclusión: «en estos tiempos que corren, el voluntariado también es revolución».
Han pasado 16 años y los tiempos no cambian. Esa conclusión sigue teniendo sentido hoy en día, y sobre todo el «querer es poder». En esto sí se cumple.
Con todo esto, no me cabe más que dar gracias a la experiencia como voluntaria, por hacerme madurar, por regalarme lecciones, por empoderarme, por ponerme en contacto con la muerte, el dolor, pero, sobre todo, con la Vida.