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XI Jornada sobre el Duelo: ‘Una muerte en la familia. ¿Un único duelo?’

El 26 de octubre, sábado, organizamos la XI Jornada sobre el Duelo, que este año versará sobre ‘Una muerte en la familia. ¿Un único duelo?’. Será una jornada en horario de mañana y gratuita.

Cuando fallece un ser querido se altera el sistema familiar. La consiguiente adaptación a la pérdida supone una reorganización a corto, medio y largo plazo, de dicho sistema, en la que las etapas de duelo intrafamiliares e individuales se influyen recíprocamente.

No todas las pérdidas entrañan una crisis y si las condiciones son favorables y ha podido realizarse un trabajo previo, el duelo puede transitarse normalmente sin que la familia necesite ayuda especializada. No obstante, en numerosas ocasiones la muerte de un ser querido provoca una importante crisis vital tanto en el plano individual como en el familiar. Uno de los aspectos que podría verse afectados es la identidad de la familia y la de sus integrantes. La recuperación de la crisis requiere un proceso de transformación que incorpore la pérdida sufrida y que sirva de puente para acceder a una nueva identidad.

La estructura del sistema familiar, los roles desempeñados por el fallecido o fallecidos dentro de la familia, la calidad de la comunicación y del apoyo entre las personas que la componen, y el tipo de muerte en el ciclo de la vida familiar van a favorecer o entorpecer el desarrollo del duelo individual.

En la XI Jornada sobre el Duelo ‘Una muerte en la familia. ¿Un único duelo?’, queremos conocer la realidad de las familias a través de sus experiencias, así como la de los y las profesionales que, desde distintos ámbitos y perspectivas, tienen un contacto diario con ellas.

Las inscripciones están abiertas a través de este enlace https://forms.gle/gykYjMGXtdyY6BHfA


Programa

9.00 Apertura de la Jornada

  • Patricia Segura. Directora Gerente Hospital San Juan de Dios    
  • Rakel Mateo. Directora de la Asociación Goizargi
  • Fernando Domínguez. Consejero de Salud del Gobierno de Navarra.

9.30 Contextualización de la Jornada

Rakel Mateo. Directora y psicoterapeuta de la Asociación Goizargi

9.45 ‘Ayer y hoy de las familias y sus duelos’

  • Pablo Echeverría, investigador de la UPNA             

10.30     ‘Movimientos familiares en el duelo’      

  • Ana Belén Pardo, gerente y directora de Sorkari S.L Centro de Formación y Atención Integral al desarrollo de la persona

11.15 Turno de preguntas del público

11.30  Descanso

12.00 Mesa de profesionales y testimonios

13.30 Turno de preguntas del público

14.00 Cierre de la Jornada

A lo largo de la Jornada contaremos con la intervención de Sembrando ilusiones, asociación sin ánimo de lucro de payasos voluntarios de hospital.

¿CHARLAMOS SOBRE LA MUERTE

El duelo es la reacción natural ante la muerte de un ser querido, es un proceso funcional, sano y necesario de vivir para adaptarnos a esta nueva realidad. Una de las pocas verdades que podemos afirmar es que a todas las personas se nos muere un ser querido y que todas vamos a morir. Pero seguimos siendo una sociedad con miedo a hablar de la muerte y ello nos incapacita en el acompañamiento de estos procesos de dolor y de pérdida.

¿Charlamos sobre la muerte? es una serie de encuentros con los que queremos acercar diferentes aspectos del duelo que, tarde o temprano, nos van a afectar en nuestro día a día, y crear un entorno amable en el que las personas que acudan puedan compartir las incertidumbres y miedos que les provoca este tema. Queremos generar un cambio de mirada social hacia la muerte y el duelo y darles su espacio como parte de la vida.

Un jueves al mes estaremos en el bar La Huerta de Chicha para hablar sobre el tabú del duelo en la sociedad, el duelo en la infancia, cómo acompañar en el duelo, el paso del tiempo en el duelo y fiestas y duelo. De 19.00 a 20.00 h compartiremos algunas pinceladas sobre estas cuestiones y responderemos a las dudas e intereses de todas las personas que queráis compartir este rato con nosotras.

Cartel de los encuentros

Jueves, 23 de febrero. El tabú del duelo en la sociedad

La muerte y el duelo siguen siendo una de los grandes tabús de nuestra sociedad que, junto a los mitos que les envuelven, ocasionan miedos que impiden vivirlos con naturalidad. En este encuentro queremos romper estos tabús y dar una visión más real.

Jueves, 16 de marzo. Duelo en la infancia

Los niños y niñas son los grandes olvidados en el duelo. Queremos generar un espacio para hablar de cómo acompañar su procesos tan válidos y necesarios como los de los adultos.

Jueves, 20 de abril. Acompañar en el duelo

Cuanto más sano y funcional sea el entorno, más eficaz y adecuada podrá ser sentida la pérdida y la muerte. Disponer de herramientas para acompañar a las personas dolientes es determinante para facilitar o dificultar la elaboración del duelo.

Jueves, 18 de mayo. El paso del tiempo en el duelo

El tiempo forma parte del proceso de duelo. Erróneamente se cree que los duelos se elaboran con el paso de los meses, pero si no se realiza un trabajo, el tiempo por sí solo no cura. Solo nos demuestra que la persona que ha muerto sigue muerta.

Jueves, 15 de junio. Fiestas y duelo

Las fiestas son eventos en los que prima la vida, la felicidad y el disfrute donde parece que el duelo no tiene lugar. Queremos mostrar la realidad de las personas en duelo en estos momentos, que varían desde el rechazo o evitación hasta la euforia.

El proceso de duelo a través del dibujo

Para completar el escrito de la semana pasada, nos gustaría mostraros algunos ejemplos de dibujos que niños, niñas, adolescentes y personas adultas nos han permitido compartir con todas y todos vosotros.

En estos dibujos podemos ver de qué manera le vamos poniendo forma a las emociones, situaciones y procesos que muchas veces nos cuesta hacerlo con palabras.

  1.  Peque de 12 años.

Antes de realizar este dibujo, estuvimos hablando sobre lo difícil que nos resulta muchas veces conocer nuestra emoción y expresarla en nuestro entorno. Nos da miedo que nuestras emociones hagan daño o no tengan lugar a nuestro alrededor y nos las guardamos. Al intentar reflejarlo con el dibujo, apareció esto: muchas emociones que se mezclan entre ellas, con diferentes formas, y la sensación de que se sumergen en un pozo oscuro cuando no las compartimos (que muchas veces acaba explotando).

  1. Peque de 11 años.

En la sesión, sentíamos que, en el proceso de duelo, al pensar en nuestros seres queridos que han muerto, una bola gigante aparece en nuestra tripa y hace que nos duela todo el cuerpo. Nos dimos cuenta de que las emociones se entrecruzan y se atascan… Le invitamos a plasmarlo en el papel (con pintura de dedos) y luego poco a poco, observando el dibujo, a intentar conocer cuáles eran las emociones que se agarraban en la tripa.

  1. 32 años.

Cuántas emociones aparecen a lo largo del proceso: tristeza, nostalgia, rabia, miedo… Una de ellas, que nos cuesta mirar, es la culpa. Qué difícil es ponerle palabras y darle forma. Lo intentamos a través del dibujo pudiendo darnos cuenta del peso que implica esta emoción, de cómo nos oprime el pecho y la garganta, se nos enreda en la cabeza e incluso nos dificulta mirar hacia adelante. Ahora podemos darle lugar, intentar desenredarla, cambiarla de forma… Gran tarea.

  1. 33 años

Conforme transitamos el proceso, también vivimos millones de emociones que nos acompañan a lo largo del mismo. Nos cuesta darnos cuenta de que, paso a paso, van cambiando y el dolor se transforma. Hay veces que necesitamos echar la vista atrás y tomar consciencia de todo lo caminado, de todo lo transitado… En este dibujo, intentamos reflejarlo: cómo del dolor más oscuro y profundo, aparecen diferentes emociones. Todas ellas sanas, con su función y su vida.

  1. Peque 10 años.

También en la infancia, echar la vista atrás y reconocer el proceso elaborado es muy importante. En este caso, lo elaboramos en forma de camino y de cómo las emociones van cambiando en el mismo, del rojo más rabioso y doloroso, al amarillo y blanco, como la luz. Dándonos cuenta de que nuestro corazón va cambiando, nuestra herida va sanando, dejando siempre una cicatriz y un lugar muy especial para nuestro ser querido muerto en el corazón.

  1. Peque 9 años.

Y finalmente, en este dibujo podemos observar diferentes momentos significativos del proceso de un peque tras vivir la muerte de un ser querido. El dolor y la tristeza de la noticia, la importancia del compartir con un grupo de iguales (en el q compartimos nuestras emociones y a nuestros seres queridos muertos); lo esencial del acompañamiento y la necesidad de la despedida en familia.

Gracias, de corazón, por darnos la oportunidad de compartir estos dibujos, vuestras emociones y vivencias. A través del dibujo, podemos plasmar, ordenar, recolocar y expresar tanto como necesitemos. No olvidemos que es una gran herramienta en la expresión y en el acompañamiento.

I Torneo Broski de Golf en beneficio de Goizargi

En una semana se juega en el Club de Golf Castillo de Gorraiz el I Torneo Broski – memorial Enrique Sacasas Andueza, en beneficio de Goizargi.

La competición se disputará todo el día y, a su finalización, se hará entrega de premios a los y las ganadoras y un sorteo con los regalos donados para la ocasión.

Si os gusta el golf y queréis pasar un día inolvidable, ¡apuntaros!

Muchas gracias a todas las personas que se han implicado en su organización y a todos los patrocinadores que lo han hecho posible: TCC, Nosolodulce, Art Keeping S.L, Foodys, Gesbon, Bar Savoy, Restaurante Alhambra, Caja Rural de Navarra, Surne Seguros y Pensiones, Restaurante Europa, Bar Babylon, JDS Capital, Conor Bikes, Coffing, Clinica Dental Naturdent, Club Atlético Osasuna, G. U., March R.S., cava Es Trac, Srixon, Lizarte, Federación Catalana de Golf, Real Federación Andaluza de Golf y Castillo de Gorraiz Hotel&Spa.

¡HEMOS CUMPLIDO 20 AÑOS!

El pasado sábado día 11 pudimos celebrar y compartir con muchos de vosotros y vosotras un espacio de encuentro y reencuentro. Fue bonito veros y sentiros, poder mirarnos, abrazarnos… ¡Nos hacía tanta falta sentir cierta «normalidad»!

Fue un espacio con un único fin, DAR LUZ AL DOLOR, y recordar a la sociedad y recordarnos a nosotras mismas que el duelo debe y merece tener un espacio en el día a día. Y juntos y juntas se lo dimos. Fuimos muchas las personas que pasamos y estuvimos por allí. Algunas vinisteis a acompañarnos a pesar de que hace muchos años que atravesasteis vuestro duelo, y pudimos/pudisteis volver a sentir eso que se siente cuando uno habla un idioma compartido. A veces no es necesario decir, y eso quienes hemos caminado sobre el duelo lo sabemos. Con una mirada o un gesto es suficiente. Con un aquí estoy o un entiendo tu dolor, basta.

Gracias de verdad por ser parte, por acompañarnos y por recordar siempre que Goizargi fue y sigue siendo casa, hogar, soporte, muleta… muchas de las palabras que nos devolvisteis y que pudimos reflejar sobre esas mariposas enormes que nos acompañaron durante la mañana.

Reímos, recordamos, sentimos, lloramos, nos emocionamos… incluso bailamos. Muchos y muchas nos dimos espacio, permiso para ser y para reír, en definitiva, para vivir. Porque el duelo cuesta, duele, supone y, en ocasiones, nos limita a seguir viviendo. Por todo eso: GRACIAS.

Gracias también a cada uno y una de vosotras que formasteis parte de este día y que juntos y juntas conseguimos seguir DANDO LUZ AL DOLOR.

Os esperamos el próximo junio… ¡ya serán 21!

20 años dando luz al dolor

¡CUMPLIMOS 20 AÑOS!

Parece mentira, pero es así. En junio hace 20 años que la idea de poder tener un lugar seguro, un espacio de encuentro para las personas en duelo, es real. Goizargi nace del dolor, de la pérdida, de la muerte. Nace de tripas revolucionadas, que no entienden, que se sienten incomprendidas y poco miradas o atendidas. Hace años la definición que daba a las personas que hemos vivido el duelo y el dolor era de «patatas calientes» que nadie sabía bien donde colocar. El duelo duele, pero no mata. El duelo es un proceso y no una enfermedad, es en movimiento y no estático. Y todas esas características hacen que sea tan único, tan propio.

Hemos sido una sociedad evitadora del dolor. El tiempo lo curará, eres joven todavía, ya era mayor, ahora ya no sufre… Frases que han estado y están en el día a día de nuestras vidas, y que no ayudan a sanar nuestros procesos.

Por todo eso nace Goizargi hace 20 años, porque hemos querido dar un espacio al duelo, a las personas que se duelen. Hemos peleado por reconocer nuestro dolor como necesario, como parte de ese camino que cada persona hemos necesitado transitar hasta volver de nuevo a poder mirar la vida. Esta vez de un modo diferente. Goizargi ha sido y es ese lugar, ese espacio, esa luz que aparece poco a poco, que no deslumbra, que no te invita a tener que hacer nada más allá de escucharte, entenderte y tenderte una mano de guía, de alivio o consuelo cuando en ocasiones el cuerpo, el alma o la mente sienten que ya no pueden más. Es ese espacio de descanso, de trabajo, de luz…

Por eso estamos encantadas de poder celebrar nuestros 20 años de vida y queremos invitarte a que seas parte de nosotras y lo celebres. Porque haber llegado a este momento nos parece grande, porque haber podido conseguir que Goizargi tenga un nombre en esta sociedad es un gran motivo de celebración.

Gracias a cada persona que hace y ha hecho posible cada pasito, cada granito de arena en estos años. Gracias a las almas incansables que, de un modo u otro, siempre están; gracias a los que han dejado de estar porque siguen en nuestros corazones. Gracias a ti, que lees esto y que, a tu manera, formas parte de esta gran familia. Hemos crecido mucho, pero sin duda seguimos manteniendo nuestra esencia y eso nos hace sentir orgullosas.

Y, por supuesto, gracias a cada persona que ha llenado nuestra asociación compartiendo algo tan humano y tan íntimo como es su dolor.

Felices 20 años, Goizargi… No dejes de ser.

Rakel Mateo, directora de Goizargi.

El voluntariado es revolución

Voluntariado… para cuánto da este tema…

Hace un tiempo, leí un escrito que me marcó acerca del voluntariado.

Aquel escrito venía a decir que la magia no existe y que, por lo tanto, no podemos esperar «milagros» que cambien el dolor del mundo o que solucionen los problemas de la sociedad en la que vivimos, sino que cada persona, desde lo que es, desde lo que tiene, era la semilla de cambio, de fuerza e impulso necesario, suficiente y poderosa capaz de transformar con sus actos la realidad.

También decía que nosotras y nosotros mismos poseemos la capacidad y el poder de imaginarnos mejores personas y que eso se traducía en un mundo mejor.

Y se me despertaron varias reflexiones que me gustaría compartir.

No sé si alguna vez habéis sentido que sois demasiados «pequeños y pequeñas» en el mundo y para el mundo. Es una sensación extraña que, en mi caso, durante unos años, me llevó, entre otras cosas, a creer que yo no podía hacer nada para ayudar a los demás ni para cambiar la realidad o, al menos, aportar mi granito de arena.

Y es que hay veces que el mundo, el sistema, nos hace sentirnos así. Pequeñitos, indefensos, centrados en sobrevivir a nuestra propia batalla, volviéndonos «ciegos» a lo que ocurre en la puerta de enfrente, negando la oportunidad de recrear otras alternativas y quitando la energía de nuestras ganas.

Esto es un arma de doble filo. Al menos para mí. Durante un tiempo me tragué esto que os cuento. Hasta que conocí a una mujer de mi pueblo que me cambió la visión 180 grados.

«No hay una única manera de prestar voluntariado. Hay muchas. Lo importante es que te apetezca, que quieras, que te comprometas contigo y con la causa, con las personas. Puedes dar luz siendo vela o siendo espejo que refleja».

Me hizo pensar en lo necesario y lo importante.

Me hizo pensar que en mi sentimiento de indefensión también había miedo.

Miedo de no ser capaz, miedo a no saber hacer las cosas, miedo a fallar. Miedos.

Y también me hizo pensar en que quizás la historia de que el sistema me había hecho creer que no podía hacer nada, era una excusa para no enfrentarme a mis miedos y no comprometerme con la causa, como decía aquella mujer.

Porque comprometerme con la causa era tomar conciencia de realidades que duelen y que no son fáciles de mirar ya acompañar.

Porque comprometerme con la causa implicaba abandonar ciertos privilegios a los que me resistía.

Por qué comprometerme con la causa significaba esfuerzos y afrontar sustos varios.

Porque comprometerse con la causa era comprometerme conmigo misma y los demás en un grado «heavy metal».

Porque comprometerme con la causa era sentirme vulnerable y afrontar miedos.

Por eso os decía que la indefensión y la autocompasión que le sigue, a veces, son un arma de doble filo. Porque nos escudan y nos estancan y nos inmovilizan.

Hay creencias que limitan. Ya veis.

Tras cuestionarme todo, llegué a una conclusión: «en estos tiempos que corren, el voluntariado también es revolución».

Han pasado 16 años y los tiempos no cambian. Esa conclusión sigue teniendo sentido hoy en día, y sobre todo el «querer es poder». En esto sí se cumple.

Con todo esto, no me cabe más que dar gracias a la experiencia como voluntaria, por hacerme madurar, por regalarme lecciones, por empoderarme, por ponerme en contacto con la muerte, el dolor, pero, sobre todo, con la Vida.

¿Nuestra sociedad está preparada para el duelo?

Hoy es martes y son las 18.00 horas de la tarde. A esta hora, semanalmente, María, Merche, Pedro, Lucía, Marisol, José Andrés… tienen una cita en el centro de Pamplona. Unos se acercan caminando con tranquilidad, otros llegan corriendo porque salen de sus trabajos y van con el tiempo justo. Conforme se juntan se saludan efusivamente, se miran con cariño y con afecto, se reconocen y se alegran de verse nuevamente. Durante hora y media van a compartir su vida.

A todos les une una misma experiencia, todos han perdido recientemente un ser querido y buscan un espacio seguro donde poder expresar su dolor y las emociones que les embargan. Se permiten llorar sin que sus lágrimas les sean negadas o juzgadas, comparten las dificultades del día a día, hablan de sus seres queridos muertos, al principio con mucho dolor, y poco a poco con naturalidad.

Todos ellos forman un grupo de iguales donde se sienten cómodos, saben que aquí el tiempo no les mete prisa, nadie les dice lo que está bien o mal, lo que tienen que hacer o no hacer. Aprenden juntos que las emociones que sienten ahora pueden ser intensas e incómodas, pero son funcionales; poco a poco van identificando y aceptando su tristeza, su pena, su miedo, su culpa, su rabia, su sorpresa… Saben que cuando afloran es porque necesitan ser miradas y sentidas, y aprenden a dejarlas fluir, a no evitarlas. Todos se acompañan y se dan la mano en el tobogán emocional que están experimentando y van normalizando poquito a poco lo que sienten y piensan.

Casi todos agradecen este espacio y constantemente reconocen el poder tenerse unos a otros. Es mágico observar cómo se cuidan con palabras y gestos de solidaridad y comprensión. En poco tiempo hacen un vínculo relacional especial y sincero basado en la confianza y en la seguridad. Se sienten bien acompañados.

Como habréis podido adivinar hablamos de un grupo de duelo, un espacio terapéutico especialmente creado para vivir el duelo en compañía de otras personas que están atravesando una vivencia similar.

La mayoría de los participantes valoran esta experiencia de manera muy positiva. El grupo es para ellos un espacio seguro, una cita que les da un respiro y un momento de contacto social, de relación con otras personas que hablan su mismo idioma y donde pueden ser ellos mismos, es decir, por un tiempo personas en duelo. Este espacio es un remanso a la soledad que en muchas ocasiones la sociedad les condena.

Como sabéis el duelo en un proceso natural, una respuesta casi instintiva a la muerte de un ser querido, pero nuestra sociedad, demasiadas veces, bloquea y sanciona la conexión con las emociones llamadas negativas o desagradables y, por tanto, impide respuestas naturales que permiten elaborar el duelo. Esto hace que un proceso sano y fluido se bloquee dando lugar a procesos complicados. La sociedad y el entorno social influyen en la forma de gestionar el duelo marcando el ritmo y el tiempo; es una realidad que la sociedad actual invita a pasar página rápido tratando de evitar el dolor y las emociones que suelen ir asociadas y que producen desagrado.

Como hemos visto en la experiencia grupal descrita, el dolor necesita espacio para ser transitado, necesita luz y a menudo el espacio grupal es el único sitio con el que el doliente cuenta para gestionar su dolor.

La sociedad no está preparada para gestionar la realidad de la muerte, ni para apoyar a las personas que experimentan la muerte de sus seres queridos. Nuestra sociedad vive de espaldas a la certeza de la muerte, se vive la muerte como un tabú, como un error, y cuando nos enfrentamos a ella el impacto es enorme. Por ello la pandemia ha sido una torta de realidad tremenda en nuestra sociedad hedonista.

En los últimos años de nuestra historia, la muerte se ha desnaturalizado, se ha convertido en un acontecimiento extraordinario. El ser humano ha querido alejar la muerte de su vida cotidiana con la frágil esperanza de desterrarla de su existencia. Esta ocultación y esta tendencia a evitar hablar de muerte o hablar de dolor es un intento de controlar el proceso desde la distancia emocional.

«Es mucho más frecuente que un amigo o familiar te anime a estar bien o a ser fuerte, a que te permita llorar o estar mal por un tiempo».

Necesitamos madurar como sociedad para permitir a los miembros dolientes vivir el proceso de dolor de forma sana. Necesitan que los acompañemos y sujetemos en su vulnerabilidad o en su fortaleza; necesitan la presencia, el permiso, la validación y la seguridad del grupo al que pertenecen para sentirse seguros y acompañados en la experiencia vital estresante de pérdida.

Nos necesitamos para celebrar juntos lo que la vida nos da y también para compartir el dolor de lo que la vida nos quita. Necesitamos una red social compasiva y comprensiva que pueda sujetar a sus miembros cuando sientan la vulnerabilidad natural y normal que trae consigo la pérdida.

El proceso de duelo es un proceso de adaptación a una nueva realidad y necesitamos que la sociedad nos dé el espacio y el tiempo que cada uno necesita para volver a ser de nuevo un miembro con la capacidad y funcionalidad adecuadas.

Ser conscientes de que tenemos esta tarea pendiente es un primer paso y cada granito de arena cuenta.

«Un chute de vida en el sentido más vital y doloroso de la palabra»

“Ha pasado un mes aproximadamente desde la finalización de Pinceladas I.

Iba ilusionada y a la expectativa. Me habían hablado tanto de que era un fin de semana intenso, que esperaba un chute de energía que creo necesitaba… Y no me decepcionó. Fue emocionante y catártico a la vez, un chute de vida en el sentido más vital y doloroso de la palabra.

He podido volver a conectar y recolocar, no ya el dolor, sino la ausencia. Esta falta tan grande de un compañero de vida que lo es todo, en todo momento y para todo. Está recolocado, pero no solucionado. La ausencia sigue allí, dejando un hueco que no puedo llenar y que de alguna forma no me deja vivir la vida como yo quiero, plenamente, un poco loca, dejándome arrastrar por los sentidos, por la belleza, por el amor hacia todas las cosas. No se trata de sustituir, se trata de reinventar la vida sin huecos, y eso me está costando. Él siempre estará en mi corazón y mi corazón está lleno, pero siento que a mi vida le falta algo, algo que no depende de nadie sino de mi misma. Sigo teniendo miedo a no poder conseguirlo a pesar de mis intentos.

He llorado, he sentido, he compartido y he sido feliz en el taller. Compartir mi dolor, mi experiencia, mis logros, mi vida… me ha llenado y me ha satisfecho. He tenido la sensación de conectar, de que mi experiencia, dolorosa al fin, ha dado sus frutos y que estos son hermosos y los puedo compartir.

Entré en el taller esperando emociones fuertes, una sacudida del alma, un empujón para la vida. Fue intenso y encontré lo que buscaba, más de lo que buscaba: un chute de autoestima; la certeza de que voy bien, por buen camino, pero también la certeza de que me queda mucho que hacer, quizás recorrer un camino que no se acaba nunca, en el que me haga y me rehaga mil veces, con luces y sombras; y la certeza de que todo depende solo de mí misma… aunque a veces necesite un buen empujón para echar a andar como el de PINCELADAS.

Me he dado cuenta de que os necesito, que habéis sido como un “fisio” que recoloca cada parte de mi cuerpo en el lugar que le corresponde; pero la vida revuelve una y otra vez y siento que el mantenimiento es necesario para seguir en la brecha a pecho descubierto, sin tapujos.

PINCELADAS I me ha mostrado que tengo superado el duelo, pero que no he encontrado aún el camino a “mi vida”. De momento, y las circunstancias me empujan a ello, me dejo llevar sin tener sujetas las riendas, y esto me crea cierta frustración con la que combato día a día. Soy tan consciente de lo feliz que fui y de la suerte que tuve con Ángel que ahora el día a día me parece anodino. Sé que me falta buscar ese algo que me daba la alegría para encarar el día y que me hacía disfrutar desde el mismo momento de amanecer, y sé que tengo que buscarlo en mí misma.

Soy yo la que me boicoteo, muchas veces sin darme cuenta, dejándome llevar, sin pelear siquiera. Lo sé. Me falta motor a veces… o quizás solo la gasolina… o tal vez un mapa, una guía, ese algo que dé sentido a mis pasos. Esa es mi tarea pendiente y tengo que reconocer que me está costando.

Quiero sacarle chispas a la vida como la saqué ese fin de semana junto a mis compañeros y a mis comandantes. Quiero verme reflejada en vosotras.

Necesito ayuda y quiero ayudar. Quiero, deseo PINCELADAS 2 y reencontrarnos de nuevo”.

Reconstruyendo tu identidad tras la enfermedad

Me encantan esas películas que empiezan con una nave espacial explotando un territorio postapocalíptico donde, tras un gran desastre, el mundo ha quedado destruido. Edificios destrozados, polvo y humo que dificulta la visión, junto con un olor pesado a cemento y alquitrán que lo invade todo. Esas películas donde, de pronto, la nave descubre una brizna de hierba, un pequeño trébol o un brote que da un color verde intenso al desolado paisaje. Y una esperanza: la vida se abre paso.

Pues aquí estoy yo, en mi nave dando vueltas y vueltas y más vueltas. Mi cabeza no es capaz de parar obsesivamente de buscar esa brizna de hierba, esa explicación que me haga entender qué ha pasado en mi mundo y poder dormir tranquilo. Pero aún no he encontrado nada, solo asfalto, hormigón y hierros oxidados. Sé que tengo que descansar, que tengo que parar, pero no soy capaz; no tengo hambre, no puedo comer, solo necesito respuestas. El olor sigue metido en mi nariz, ese olor creado por la combinación contrapuesta de desinfectante y humanidad. Esa sensación en mi garganta que solo la lejía es capaz de crear y que no soy capaz de quitarme, y a juego con el nudo en la boca del estómago que me acompaña desde hace meses.

En momentos puedo percibir pedazos de edificios que se me hacen familiares, carteles a medio quemar que reconozco a que tienda pertenecían. Pero ya no están. ¿Quién soy? Todo lo que me definía ha quedado sepultado, quemado o desfigurado.

Hoy me han dicho «es incurable», con otras palabras, por supuesto, más educadas y asépticas, pero el hecho es que “te vas a morir”. Como un yogur, con fecha. No me preguntes que tiempo me han dicho porque no lo recuerdo. Mi cabeza se ha vaciado por completo, de repente floto en la nada.

Meses y meses de terrible desgaste, de esperanzas y decepciones, de un esfuerzo tras otro, no solo mío si no de todo mi entorno. Cada persona que forma parte de mi vida. Como un gran agujero negro la enfermedad ha absorbido la vida de la gente que más quiero. Mi impotencia se dispara cuando veo en sus ojos como desaparecen sus vidas para unirse a mí en la lucha. Han dejado todo, incluso cachitos de salud por estar a mi lado. Por apoyarme. Y ¡ahora qué? Quién les devuelve eso. Es injusto, sigo flotando, creo que camino por el hospital mientras me habla, ¡aún me habla!, aún es capaz de hablarme mientras me coge la mano.

Claro que llora, pero intenta que no sea a mi lado, lo sé. Pero a veces necesito que sea a mi lado, que no se esconda. Porque esto le está robando, para siempre, también parte de su vida.

Todo empezó hace unos meses, con pequeñas molestias. Después han venido pruebas y más pruebas, dudas, diagnósticos, jeringuillas, sonrisas escondidas en mascarillas, ese olor a lejía y desinfectante, tubos, escáneres, dolor, desazón en las salas de espera y, sobre todo, mi incapacidad de quedarme quieto a pesar de que, en ocasiones, le alteraba.

Ha dejado su trabajo y se ha perdido en algún pasillo de este hospital; se ha fundido conmigo para formar parte de mí, para luchar, como dice. Ya no es mi diagnóstico, es el nuestro; ya no es mi rehabilitación, es la nuestra; ya no es mi enfermedad, es la nuestra. Está conmigo poniendo cada gramito de energía del que dispone. ¡Y para qué?

Ahora solo hay demasiados para qué, por qué y vacío en mi cabeza. Sigo flotando.

Necesito cerrar. Necesito abandonarme y abrir la escotilla de la nave y, como los grandes héroes de esas películas, aceptar con una sonrisa y poder disfrutar del último paseo. No tengo madera de héroe, tengo miedo, mucho miedo. Pero como en un estúpido juego de intentar engañarnos, finjo una mueca que puede parecer una sonrisa y sus ojos me devuelven algo parecido. Ninguno tenemos ganas de sonreír, pero en ese tonto intento de “cuidarnos”, nos perdemos.

Sigue fingiendo que es fuerte y yo que estoy en paz. Pero nunca hemos estado más solos. Me encantaría darle un abrazo y hablarle de mi inmenso agujero negro, de cómo me siento, pero no quiero hacerle daño. Sé que lo sabe, pero necesito decírselo. Decido quedarme en el vacío y soy incapaz de articular palabra. Solo deseo que pueda reconstruir su mundo, que encuentre ese pequeño brote de esperanza y, aunque los escombros sigan debajo, la vida poco a poco vuelva a llenar de verde su planeta.